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domingo, 28 de octubre de 2007

Qué pensamos

¿Qué pensará este chico de mis pechos, de mis estrías, de mis caderas o de la piel naranja de mis muslos cuando me vea desnuda? Es una preocupación nada inocente porque amarga sus relaciones sexuales a muchas personas, como una limitación más.... pero, ¿tienen razones para ello? ¿Se fijan los hombres en esas cosas?

Muchas mujeres hacen cosas para gustar que a ningún hombre se le ocurriría hacer en la misma situación. Pues no, la verdad. Los hombres se fijan en esas cosas muy poco. En ocasiones ni nos damos cuenta de que existen semejantes pequeños detalles. Otras veces miran, pero parece que no las ven. Y no es que estén ciegos. Es que aunque las vean no le dan importancia. Por lo general, se tiene a la mujer en cuenta como un conjunto que a sus detalles físicos.

De hecho, muchas mujeres se extrañan que otras estén emparejadas cuando tienen tal defecto corporal o ese otro. Eso no es importante para los hombres. Quizás, porque saben que la perfección no existe y no se afanan en buscarla. Admiten al otro con sus virtudes y sus defectos.

Esas pequeñas “imperfecciones” sí son importantes para las mujeres. Pero no deben proyectar sus propios temores, racionalizados, como si fueran intenciones o pensamientos de los demás. Al menos en cuanto a los hombres se refiere.

Es obvio que a los hombres y a las mujeres les gusta gustar. También que gustan de cuidar detalles para hacer resaltar los aspectos positivos del físico y disimular los demás, pero ahí cesa la similitud. El afán con el que las mujeres se lanzan a la caza de “defectos” no es comparable con el interés de los hombres. Porque muchas mujeres hacen cosas para gustar que a ningún hombre se le ocurriría hacer en la misma situación.

¿A qué se debe este afán desigual por gustar a los demás? Se han empleado argumentos de tipo social para explicarlo. El rol femenino tradicional exigiría a la mujer estar permanentemente dispuesta para atraer a un hombre y casarse.

En ese contexto, en dos mujeres de belleza semejante una sólo tendría ventaja sobre la otra resaltando más los aspectos positivos de su físico y disimulando las pequeñas imperfecciones que podrían empañarlo.

De alguna forma, la sociedad patriarcal forzaría a las mujeres a sentirse artificialmente preocupadas por las imperfecciones haciéndoles creer que en caso contrario tendrían poco quehacer con los hombres. Porque aunque una mujer diga que se arregla para ella misma, no nos engañemos.

En el fondo se encuentra la necesidad de arreglarse para sentirse atractiva. Pero sentirse atractiva significa sentirse con capacidad de atraer. ¿Atraer a quién? A otras mujeres, sí es cierto. Pero ¿a los hombres no?

Somos demasiado proclives a emplear argumentos sociológicos para explicar los comportamientos humanos. Lo hacemos así porque con frecuencia olvidamos nuestro inmediato pasado; nuestra época prehomínida; cuando nuestro antepasado común apenas se diferenciaba de su hermano chimpancé.

En ese pasado prehomínido está la clave de la conducta diferenciada entre hombres y mujeres en esa radical necesidad de gustar a los demás y de temer que las imperfecciones nos alejen de los demás. Temor fundamentalmente enraizado entre las mujeres.

Probablemente existan comportamientos comunes entre humanos y chimpancés que ambos hayan aprendido del mismo ancestro común. Por eso, observar a nuestros primos quizás nos sirva para obtener claves sobre algunos comportamientos humanos. Y uno de ellos es esa necesidad femenina de gustar a toda costa.

Entre los chimpancés pigmeos o bonobos, algunas de cuyas conductas son tremendamente similares a las nuestras, los machos suelen pasar toda su vida en el grupo social donde nacieron. Pueden ascender en el mismo a lo largo de la vida, permanecer siempre en el mismo estatus o descender. Pero pasan toda su vida en su grupo de origen.

No sucede lo mismo con las hembras. Éstas, cuando les llega la edad de aparearse, se van de su grupo y se integran en otro diferente. Probablemente esto suceda para evitar ser fecundadas por un macho que bien podría ser su padre o su hermano. Sin embargo, el proceso de integración de las hembras bonobos en ese otro grupo social no es fácil. Tienen que gustar. Tienen que ser aceptadas por los líderes de ese nuevo grupo. Y tales líderes no son machos, como sucede con otros simios; entre los bonobos las dominantes son un pequeño grupo de hembras adultas.
Sólo cuando ellas aceptan a la nueva, ésta tiene permiso para buscar apareamiento con los machos de la nueva agrupación. Y para gustar a esas hembras tiene que dedicarse durante un buen tiempo a acicalarlas, despiojarlas y a hacerles favores sexuales. Es decir, que tienen que desarrollar una actividad muy activa para pasar el filtro de las hembras dominantes y ser aceptada, después, por las que no lo son y por los machos.

Esa es la base atávica, incrustada en nuestros genes, que “obliga” a las mujeres a preocuparse por los mínimos detalles que puedan alterar la completa aceptación de los demás. Y la que hace que los hombres sean indiferentes a tales pormenores.

Bailemos

El baile es la expresión vertical de un deseo horizontal